El interés de Joan Miró por las artes gráficas responde a la búsqueda constante de nuevos recursos para desarrollar sus inquietudes artísticas, y a querer experimentar con las más diversas materias.
La obra gráfica permitió a Miró una mayor difusión de las obras y el acercamiento a un público más amplio. Cambiar el concepto de obra única y dar paso a la multiplicidad en sus creaciones se convirtió en un recurso creativo excelente para el artista.
Joan Miró se inició en las artes gráficas gracias a su relación y amistad con el círculo de poetas y escritores que conoció en París a través de André Masson, alrededor de 1925. A pesar de que realizó diversas ilustraciones de libros de autor como Paul Eluard, J. V. Foix, Tristan Tzara, etc, su dedicación y producción más intensa no se da hasta la década de los años 70.
De estos años surgirán miles de estampas y más de un centenar de libros ilustrados. Es la etapa en la que consigue un excelente dominio técnico como consecuencia de la colaboración de importantes grabadores que participaron de manera activa en la creación de las obras. Un sistema de trabajo que forma un equipo en el que el intercambio de sugerencias, experiencias y complicidades entre los maestros estampadores y el artista forma parte del resultado final.
Miró compartió su trabajo creativo en los talleres de grabadores tan importantes como los de Lacourière, l’Atelier Cromerlink et Doutrou, el grabador Fernand Mourlot en París, l’Atelier 17 de William Hayter en Nueva York, el Taller 46 de Joan Barbarà, o el Taller de Litografies Artístiques de Barcelona, fundado por Damià Caus.
Así mismo, esta simbiosis entre artista y técnico es igualmente importante en otros campos, como el de la cerámica, en el que trabajó con el amigo y ceramista Josep Llorenç Artigas y con su hijo, Joan Gardy Artigas.