Taller Sert

El sueño de Miró

Tras continuos desplazamientos, Joan Miró fija su residencia en Mallorca, a donde había viajado de pequeño y a dónde llega para instalarse definitivamente el año 1956. Es cuando Miró ve hecho realidad su deseo de tener el estudio soñado: el Taller Sert.

El proyecto lo realiza Josep Lluís Sert, arquitecto de reconocido prestigio y amigo de Miró, representante del Movimiento Moderno en Arquitectura y, por aquella época, decano de la Graduate School of Design de la Universidad de Harvard. Sert llevaba 20 años inhabilitado para ejercer en España. Así, este taller marca un punto de inflexión en su trayectoria.

Sert concibe un edificio que se adapta a los bancales del terreno. Miró lo fue asesorando sobre aspectos prácticos. Así, le sugirió que tuviera presente el clima de Mallorca y las condiciones ambientales del taller. Le pidió una separación nítida entre la zona de trabajo y la de almacén que le permitiera distanciarse de las telas que dejaba en reposo, y le recordó que la superficie de trabajo tenía que tener en cuenta las dimensiones de las pinturas de gran formato, como su mural para Cincinnati. En otoño de 1956 la construcción del taller diseñado por Sert ya había terminado y Miró se mostraba entusiasmado con el resultado final.

© Miquel Julià

“La arquitectura misma puede convertirse en una pieza escultórica”

Josep Lluís Sert

Mediante numerosos croquis y planos Sert había proyectado para Miró un taller a escala humana, que unía tradición e innovación. La estructura de hormigón contrasta con los materiales más tradicionales, propios del Mediterráneo, como la piedra o la arcilla. El taller, de planta en forma de L, se organiza en dos niveles cubiertos con techo abovedado. Las ondas de la cubierta introducen un movimiento sinuoso en la estructura regular del edificio. Todas las fachadas reciben un tratamiento muy plástico, incluso cromático; en particular la fachada sur, que yuxtapone el blanco del hormigón al color de la arcilla y al azul, rojo y amarillo de la carpintería.

En definitiva, Sert estrena un nuevo lenguaje que supera la rigidez y las limitaciones del funcionalismo más ortodoxo y apuesta por una arquitectura más plástica y escultórica, en consonancia con su idea que “la arquitectura misma puede convertirse en una pieza de escultura”[1].

Con el objetivo de crear un espacio creativo propicio, Miró fue poblando su taller con un conjunto heterogéneo de elementos que conviven en perfecta armonía con sus utensilios de trabajo. Todavía en la actualidad el taller muestra este entorno creativo, y las telas, los aceites, las acuarelas, los lápices, los pinceles, los cepillos o las esponjas continúan relacionándose con su colección de objetos de la más variada procedencia: postales, recortes de diario, elementos naturales como piedras, mariposas o conchas, objetos procedentes de la cultura popular mediterránea como “siurells” o figuritas de belén, y otros de culturas lejanas como las “katxinas” de los indios Hopi o las máscaras de Oceanía.

El Taller Sert es un edificio representativo en Mallorca y ha sido declarado bien de interés cultural (BIC).

Miró – Sert, la construcción de una amistad

Miró y Sert se habían conocido a principios de los años 30 y desde entonces habían ido tejiendo vínculos personales y profesionales fructíferos y duraderos, consolidados por sus inquietudes comunes. En especial, su voluntad de integrar arte y arquitectura y el interés por la sencillez, para llegar a la esencia de las cosas[1]. La facilidad con la cual conviven las obras de Miró en el Taller Sert hace patente esta relación.

Miró participa en Barcelona en el nacimiento de las vanguardias, compartiendo ideas y proyectos con los colectivos ADLAN (Amics de l’Art Nou) y GATCPAC (Grup d’Arquitectes i Tècnics Catalans per al Progrés de l’Arquitectura Contemporània). El artista halla la complicidad de sus miembros y del ideario que postulan, especialmente de Joan Prats y Josep Lluís Sert. Arquitectos y artistas defienden los principios del racionalismo y la creencia de la función social de la arquitectura[2].

El 1937 Sert y Luís Lacasa proyectan el pabellón de la República Española para la Exposición Universal de París, cargado de significación política, que representa la oportunidad de poner en práctica la anhelada fusión de arquitectura y artes plásticas. Miró  pintó un óleo de gran formato, Pagès català en revolta (El Segador).

 

El final de la Guerra Civil y la dictadura de Franco obligaron Sert a exiliarse en los Estados Unidos. Así pues, Sert y Miró se intercambiaron algunas ideas sobre la concepción del proyecto por correspondencia. Durante la construcción del Taller Sert (1954-1956) la relación epistolar es muy intensa y deja testimonio de los planteamientos arquitectónicos conseguidos y del progreso de las obras. Se suple así la imposibilidad por parte del arquitecto de seguir físicamente la evolución de las mismas, control que ejercerá Enric Juncosa, arquitecto y cuñado de Miró.

El fruto es una obra de madurez en la cual Sert combina a la perfección la adecuación del edificio al contexto geográfico, a una tradición y al espíritu de Miró. El edificio aporta un aire renovador a la escena de la arquitectura moderna de su tiempo, mediante un lenguaje propio, fuerte y definido, y se considera el punto de partida de su posterior trayectoria arquitectónica.

[1] Josep Maria Rovira, José Luis Sert, 1901-1983, Milà: Electa, 2000, pàg, 251.

[2] AC. Documentos de Actividad Contemporánea. GATEPAC. {Barcelona. Madrid. San Sebastián}, núm. 18. Any V, segundo trimestre 1935. La revista AC dedicada a la arquitectura popular y a los objetos artesanos resulta aclaradora en relación con este tema, porque sintetiza el pensamiento compartido por Miró y Sert.

[3] Fundació Pilar i Joan Miró a Mallorca. Miró Sert. La construcció d’una amistat. 2007.