Sylvain Konyali
Disfrutó de una residencia en la Fundació Miró Mallorca en abril de 2018, procedente de la Casa de Velázquez. Artista nómada, fascinado por el autorretrato, Sylvain Konyali siempre vuelve, como Rembrandt, al reflejo de su propio rostro.
Artista nómada, fascinado por el autorretrato, que ha recomenzado centenares de veces, Sylvain Konyali vuelve siempre al reflejo de su rostro, rascado, comido por el ácido, arañado, borrado, comido de nuevo, rascado una vez más… Seguro que en este proceso obsesivo se encuentra el recuerdo de Rembrandt, quien, a lo largo de su vida, grabó su rostro, multiplicando sus diferentes estados, sus remordimientos, sus variantes; sin duda, arrastrado por la fascinación que le producía ver sus rasgos alterados por el paso del tiempo. Evidentemente, Sylvain Konyali es demasiado joven como para que sea ese el fin de su ejercicio.
Pero el arte del grabado permite conservar, gracias a la impresión de diferentes estados, una imagen de la obra en proceso; en esta ocasión, siempre inacabada. A menudo considerado arte de la lentitud, el grabado también puede ser arañazo, mordisco rápido, y servir como una suerte de diario gráfico íntimo que da cuenta de las relaciones con las personas cercanas o con los paisajes recorridos. Porque Sylvain Konyali se mueve por Europa —Bélgica, el Macizo Central, Marsella, Madrid, las Baleares—, en su camión que se convierte en taller de grabado desplegable.
El grabado, muchas veces, es arte en serie; son innumerables las series en ese medio. Sylvain Konyali ha comprendido muy bien las posibilidades de crear historias sin palabras o textos
poéticos breves, en relación a las imágenes grabadas e impresas de manera apresurada o textos grabados en cuero. Estas producciones intimistas sobre sí mismo y las personas próximas a él no le impiden impregnarse del aire de España, de sus musas; tampoco hacer descubrimientos tan bellos como el de Sofonisba Anguissola (1532-1625), talentosa retratista que, a lo largo de su vida, realizó numerosos autorretratos. Es, además, una de las pocas mujeres que tiene obra en el Prado. Así, abre un nuevo campo de exploración y le ofrece la oportunidad de salir de su cara a cara, del «formato pasaporte», como él lo califica, consigo mismo.